Vuelta al cole

Estos días he contemplado, con nostalgia, como mi hija prepara sus cosas para volver al colegio. Mochila, libros, libretas y todo el material necesario para el nuevo curso. En su cara se refleja a la vez alegría y nerviosismo, por volver a ver a sus compañeros de clase y porque pasa a un curso superior y ya se considera mayor.

Me encanta el entusiasmo que pone, como le gusta estrenar el material y con que ganas se levantó el primer día para ir a clase.

Me trae a la memoria muchos recuerdos de una infancia que pasé ya hace muchos años, pero que en ocasiones añoro y desearía volver a ella. Recuerdo, que como pasa en Navidad, hay ciertas rutinas que me gustaba seguir y que con ayuda de mis padres hacían que el momento de volver al colegio fuera “casi una fiesta”: mochila nueva (cuando se podía), forrar los libros con el papel transparente para que no se estropearan y duraran todo el año, pinchando con un alfiler las burbujas. Ese olor a nuevo, esos lápices recién afilados, las gomas blancas,…

Era todo tan especial y tan lleno de magia, que incluso la noche antes de comenzar costaba conciliar el sueño y pensabas en todos tus amigos y que los ibas a volver a ver, esos amigos que duraron toda la infancia y el instituto, pero que al llegar la universidad tomaron caminos diferentes al mio y ahora apenas se de ellos.

Pero para mí en ese momento eran los mejores amigos del mundo y hubiese dado cualquier cosa por ellos: Tomás, Richard, Antonio, Jorge, Josep. Juntos pasamos momentos inolvidables, tanto buenos como malos, pero siempre perduraba la amistad ya que en todo lo que hacíamos no había maldad. Cosa que cambia a medida que uno va creciendo y se anteponen otros intereses, en muchos casos más superficiales y dañinos.

Pensábamos que cuando fuésemos grandes íbamos a conquistar el mundo, ejerciendo todo tipo de profesiones, seguramente en la mayoría de los casos nada parecido a lo que somos ahora. A mi se me despertó la Informática en el instituto (Alonso Quesada), cuando realicé una práctica de programación (con mi amigo Tomás), si no recuerdo mal era un programa en Pascal para un Comodore 64 en el que teníamos que calcular la probabilidad que tendríamos de volver a sacar un garbanzo que ya habíamos extraído y vuelto a meter en un saco. Nos pusieron un notable y todavía me estoy preguntando como hice aquel programa.

Recuerdo que en la EGB (lo que ahora es Infantil + Primaria …) solo pensábamos en vivir, en estar con los amigos y pasarlo bien. Ir al colegio, hacer los deberes y salir a la calle a jugar con los amigos. Para nosotros no existían más preocupaciones que las de vivir día a día, con nuestros padres y nuestros amigos. No pensábamos en el trabajo, en la crisis, en la hipoteca,… Mis padres, con un único sueldo, nos sacaron adelante a mi hermano y a mí, nos ayudaban con todo lo que necesitábamos y lo que nos pudiera hacer falta para crecer y formarnos como personas. Hoy en día trabajan (cada vez menos) los dos miembros de la familia y aun así cuesta el llegar a final de mes.

Cuando uno es niño no tiene conciencia de ello, de lo importante que es el esfuerzo que realizan nuestros padres, para darnos todo aquello que necesitábamos en cada momento, que no nos falte nada y que podamos seguir siendo felices. Pero hay una línea que es la que separa lo necesario de lo que no lo es, lo imprescindible del capricho.

Decimos muchas veces que no vamos a malcriar a nuestros hijos y al final terminamos cayendo en las mismas redes del consumismo y del despilfarro innecesario que criticamos de otros. En mi infancia no recuerdo el tener ropa de marcas, ni consolas, ni caprichos que eran prescindibles. Las familias no podían permitirse lujos o licencias como ahora, de pagar con tarjetas de créditos o Corte Inglés. En Navidad había uno o dos regalos y estábamos deseando salir a la calle para jugar con nuestros amigos y ver lo que a ellos le habían traído: ropa de futbol, un coche tele dirigido, un balón, una bici, etc…

Estos son momentos complicados, en los que a las dificultades de las familias por intentar educar de una manera coherente y con valores, se une una crisis que afecta sobre todo a los que tienen menos recursos. Es por ello que debemos intentar reforzar en nuestros hijos esos valores de amistad, de ayuda y de respeto por los demás, para que no haya marginación en las clases, ni en los grupos y que nadie se sienta peor que nadie.

No se es mejor persona por ser más rico o por tener más recursos, sino por lo que se lleva dentro y la capacidad de compartir no solo lo que nos sobra, sino algo más, para intentar que todos y en especial los niños no sean víctimas de nuestros propios errores, cometidos en una sociedad de consumo que nos ha llevado a interpretar un papel que a muchos no nos corresponde.

Espero y deseo que podamos seguir modelando esas pequeñas figuritas que son nuestros hijos. Intentar por lo menos que sean personas de bien y que por donde vayan no se hable de ellos por el dinero que tengan o por todo lo que profesionalmente hayan podido conseguir, sino por los valores humanos cultivados con sabiduría durante su vida.